En estos días santos, cuando el mundo cristiano recuerda el sacrificio más grande de la historia —la muerte del Hijo de Dios en una cruz— no podemos ignorar el grito de dolor que se eleva desde el corazón de Europa. Ucrania sigue en guerra. La tierra tiembla con cada explosión, las calles se llenan de escombros, y los ojos de millones se han acostumbrado a las lágrimas.

Es imposible mirar a Ucrania sin estremecerse. Niños que ya no pueden dormir sin miedo. Madres que abrazan a sus hijos sin saber si mañana estarán juntos. Padres que han tomado las armas por necesidad, no por elección. Iglesias bombardeadas. Biblias entre el polvo. Clamor entre ruinas. La guerra no solo destruye edificios, también hiere el alma. Y sin embargo, en medio de ese caos… hay una cruz. Y detrás de esa cruz, hay una tumba vacía.
Jesucristo, el Hijo de Dios, también conoció el sufrimiento. Fue golpeado, rechazado, humillado y crucificado. El Príncipe de Paz fue tratado como un criminal. El Autor de la vida murió como un cordero silencioso. Y todo lo hizo por amor. “Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por sus llagas fuimos nosotros curados.” – Isaías 53:5
Ucrania necesita paz. Pero no una paz política, frágil o temporal. Necesita la paz eterna que solo Jesús puede dar. En medio del estruendo de la guerra, sigue sonando una voz: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” – Mateo 11:28
En esta Semana Santa, cuando recordamos la sangre derramada por amor en el Calvario, levantamos nuestras manos y nuestros corazones por Ucrania.
No como espectadores, sino como intercesores. Clamamos por las viudas, por los huérfanos, por los desplazados, por los soldados, por los pastores, por los niños que han crecido demasiado rápido. Oramos para que en medio del horror de la guerra, muchos puedan mirar al cielo y ver una esperanza más alta que las bombas, más firme que los gobiernos, más poderosa que el miedo.
Esa esperanza es Jesús.
No dejemos de orar. No dejemos de creer. Porque aunque la noche parezca larga, el amanecer ya fue proclamado por una tumba vacía.
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos.” – 1 Pedro 1:3
La guerra sigue. Pero también sigue la cruz. Y la cruz sigue hablando.
Y su mensaje es claro: Aún hay esperanza, redención y salvación; Su nombre es Jesús.
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